La imponente presencia del Cerro Rico domina Potosí. Cuando desde la ciudad, uno mira hacia el Cerro, tiene la impresión de que estar viendo un cuerpo extraño, algo así como un inmenso meteorito que en el pasado hubiese caído del planeta Marte, quedando empotrado en el paisaje andino. Contemplando la enorme mole, no sólo se ve el presente que la visión de los ojos impone, sino que se estan viendo varios siglos de trágica historia de América Latina; compendiada, resumida con tonos tenebrosos. En el fondo no es más que la historia de la ambición humana para conseguir riqueza y poder a cualquier precio. Parece como si las cosas no hubiesen cambiado mucho en todo este tiempo; es como si estuviesemos hablando del presente. Lo cierto es que no podemos olvidar la historia, porque nos condiciona aunque le demos la espalda. Los procesos imperialistas, industriales, capitalistas, racistas, y de exterminio de los pueblos, comenzaron hace más de 500 años, y todavía continúan. No pertenecemos a una era diferente. La crueldad de ayer esta bien presente en nuestro ADN, como se suele decir últimamente. No hacemos más que repetirla una y otra vez, sólo que con sistemas más eficaces, y mucho más destructivos.

Mirar el Cerro Rico, con la cercanía que proporciona Potosí; alzado sobre la ciudad como un gigante amenazador. Es ver de cerca uno de los mitos de América. Si se comprende esta huella histórica, se empieza entender el continente, junto con la gente que vive en él. Esa mirada retro-histórica empieza llenando de humildad al que la aprehende. Es como descubrir alguno de los rasgos determinantes que hacen que amemos a alguien, eso que  llamamos carácter. Es poseer una de las llaves que abren el continente, y que pueden convertir a quien lo descubre, en un habitante más de ese territorio. Quizás la llave que lo conducirá a adaptarse al entorno; sea la meseta, la selva o la cordillera. Sea un gran río, una costa infinita, unas islas soleadas. Manglares, pantanos, desiertos. Pero sobre todo, descubrirá la llave que lo hará comprender la infinitud humana de este gran contienente.

El Cerro Rico parece un monte removido, como si millones, y millones de toneladas de materiales, hubiesen sido apilados durante siglos, por millones, y millones de paladas de excavadoras. El color rojizo le da este aspecto marciano que antes mencionaba. Y si bien la subjetividad de los sentimientos siempre encuentra su referencia en el pasado de recuerdos directos, o indirectos: como la lectura, y el estudio para conocer la historia. La sola presencia de su visión, ya atestigua la desolación del presente, y del drama anterior.

Tras recorrer durante unos días las zonas altas de la Puna, viajando en un todoterreno conducido por un boliviano llamado Basilio: conocedor de caminos, y pedregales; pueblos perdidos, estanques, salares, y volcanes. Siempre moviéndonos en altitudes que superaban los 4000 metros; no aptos para la saludes delicadas, incluso muy duras para saludes normalizadas.

Llegados a Uyuni, decidimos seguir viaje hacia Potosí, en un bus lleno de turistas. Comenzaba un viaje infernal en plena noche, uno de los momentos más duros que recuerdo, por mi estado general, que nunca haya pasado en América. Fueron 6 o 7 horas que me parecieron infinitas. Inmovilizado, atrapado, medio enfermo, con gente tirada en el suelo; unas luces rojas que daban un aspecto siniestro en el bus “escolar”, con una música parecida a la cumbia. Lleno de indígenas cargados con sacos, y animales; una situación vergonzosa, donde los extranjeros íbamos sentados, mientras gente de aspecto anciano y pobre iba de pie. Fuera, una oscuridad tan negra como no la he visto nunca, parecía un túnel perpetuo. De vez en cuando, notábamos que el bus entraba en el agua, atravesando ríos que sólo se podían oír por el ruido del chapoteo del agua. Mi sufrimiento era soportable, como una auto-flagelación implícita, asociada con el aventurarse por estas tierras, donde siempre hay que estar dispuesto a pasar por todo. Lo contrario sería traicionar el principio, que para disfrutar, antes hay que sufrir, y, cuando más sufrimiento, más disfrute como recompensa. Al fin y al cabo, no sería justo que siendo un privilegiado entre tanta pobreza, esta realidad circundante, me fuera totalmente ajena, y no me llevara una ración propia. Al final, Potosí nos recibió, aquel mes de agosto del año 2000, con las fiestas de Chutillos, un carnaval inigualable, de varios días duración, durante los cuales, las comparsas no paran de bailar y bailar, hasta que el bailarines y bailarinas les sangran los pies.

Pero con la fiestas de Chutillos y con la visión del Cerro Rico, era de obligada también visita el interior de las minas. No me marcharía de Potosí sin conocer aquel que fué y es todavía: el infierno en la tierra para todos los que trabajaron y trabajan allí.

Potosí-Desfilada F Chutillos b

El Cerro Rico des de Potosí a b