Llegó a Santo Domingo procedente de San José de Costa Rica, en un vuelo económico de unos 125 euros. El vuelo es con destino Alemania, la mayoría de los pasajeros transoceánicos subirán en Santo Domigo. Por eso la compañía aérea aprovecha el trayecto de San José a Santo Domingo, llenando el vuelo, ofreciendo pasajes económicos. Para mi ha sido la oportunidad de viajar por primera vez a la República Dominicana, uno de los pocos países de Latinoamérica que en fecha de 2013, todavía no he visitado.

Es 13 de junio de 2013. Bajo el tórrido sol, un taxi me lleva hasta la ciudad por 30 dólares. No ha habido manera de saber si existía un transporte público entre el Aeropuerto y Santo Domingo. La ciudad me recibe con unas calles vacías que son fruto del triunfo de implacables rayos del Sol. Todo lo vivo está oculto tras las sombras de las casas y de los edificios. El taxista me hace de guía, buscando un alojamiento acorde con mis mínimas exigencias. Tras varias paradas en las que visito hostales y hoteles más o menos económicos, finalmente encuentro un lugar que me parece muy agradable, cerca de la vieja Catedral de la Merced. Al final resultará tan agradable que permaneceré en él más de quinze días.  Cuando la comodidad triunfa sobre los deseos de viajar, ocurre que uno convierte el viaje en estancia. Una estancia que lo convierte en un vecino más del barrio, y de la ciudad.

Admito que no tenía una idea muy clara de lo que iba a encontrar en Santo Domingo. Tampoco las personas que había conocido, que habían viajado a la República Dominicana, nunca me hablaron de nada de lo que yo encontré allá.  Desgraciadamente, la mayoría de los visitantes de Santo Domingo son turistas en busca de Sol,  playas, relax, sexo o alchool. Más que buscar la esencia de un lugar, se  mantienen en un estado hiperbólico que los hace tan ausentes de la vida real, como los que nunca fueron allí. Por esta razón me sorprendió tanto la belleza de la ciudad, con sus viejas piedras bien restauradas. Mil rincones que albergan historia combinada con flores y color…

Quizás las leyendas que albergan esas viejas piedras no se ajusten completamente a lo que allí sucedió.. Tampoco nos van a contar siempre la tristeza de los crímenes, y las tragedias. Pero todo ello entra dentro de la perspectiva global de lo que sucedió en el continente americano, y que empezó a tejerse precisamente aquí: en Santo Domingo.

Santo Domingo primero, y Cuba después, fueron los grandes portaviones de la colonización, el lugar donde se experimentó y se intruyó, lo que después se extendería de Alaska, hasta la Patagonia; del Atlántico al Pacífico. La Isla de Santo Domingo, o Saint Domingue, llamada también La Española, y anteriormente llamada por sus antiguos pobladores: Quisqueya y Haití. Es la isla más determinante de la historia americana. Por aquí pasaron todas las etapas de la ocupació extranjera: colonización, exterminio, cristianización forzada, esclavitud nativa, esclavitud exportada, tráfico de esclavos, contrabando, explotación de los recursos y riquezas, imposición, guerra, revolución, libertad, neocolonialismo, invasión, etc.. etc.. Ningún fenómeno social, económico o político ha olvidado esta isla. A pesar de todo este bagaje, aquí uno no encontrará corazones resentidos y caras amargas. Porque además de las piedras y los paisajes admirables, detrás esta la sonrisa de la gente. Algo impagable..

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