Para llegar a la Isla de Ometepe no hay otra que tomar un barco. La isla de los dos volcanes marca casi siempre el perfil de la navegación del lago Cocibolca: el nombre original del lago, al que los españoles rebautizaron como lago Nicaragua.

Mi viaje hacia Ometepe comenzó en San Jorge, un pequeño pueblo a orillas del lago, a pocos kilómetros de Rivas .. El trayecto fue apacible, el viejo ferry avanzaba bajo los rayos de un sol que nunca se convirtió en enemigo. La mayoría de los pasajeros disfrutábamos en la cubierta del placer de la navegación. La nave avanzaba lentamente entre los reflejos del agua dulce, apuntando la proa hacia un horizonte, en el que dos volcanes se iban haciendo más imponentes a medida que nos acercábamos kilómetro a kilómetro. Finalmente nos plantábamos ante el muelle de Moyogalpa, la principal población de la Isla, justo debajo del volcán Concepción. El Maderas, el otro volcán hace que la isla complete una forma de número ocho.

No hubiera conocido más allá de Moyogalpa, y por tanto, la mayoría de las maravillas de esta isla hubieran pasado desapercibidas para mí, si no se me hubiera presentado la ocasión de alquilar una moto de trial por un precio módico. Los horarios de los transportes públicos en Ometepe son muy limitados, es muy difícil moverse por la isla sino se consigue un vehículo, o la oferta que puedan organizar los diferentes alojamientos repartidos por muchos rincones de Ometepe.

Mi excursión en moto no estuvo exenta de dificultades. La primera aprender arrancar, y ponerme en marcha sin calar el motor; el embrague iba muy duro, lo que provocaba que lo soltara demasiado bruscamente. Mi aprendizaje forzadamente fue rápido: el propietario de la moto me llevó a un campo de fútbol; un descampado, donde insistí hasta conseguir un arranque más o menos suave. A punto estuve de desistir definitivamente, pero al final me arriesgaba a viajar solo por la Isla. Fueron tres o cuatro horas, donde me ocurrió todo lo imaginable que puede pasar en un viaje en motocicleta, incluso tuve que levantar el vehículo del suelo, y pesaba bastante. Una lluvia me envolvió el último tramo, ya partiendo de Alta Gracia hacia Moyogalpa por un camino sin asfaltar, lleno de charcos, y de barro. En este último tramo estuve a punto de tener un grave accidente, cuando se me atravesó una gallina bajo las ruedas y toqué levemente el freno, perdiendo por un segundo el control de la moto que derrapaba en el barro. Tuvé suerte en no caer al suelo, porque no llevaba ninguna protección, ni siquiera casco, y de ropa, sólo una camiseta de manga corta, un pantalón bermudas; en los pies, únicamente unas sandalias.

El primer tramo de viaje había sido un constante descubrimiento de rincones: la punta Jesus Maria, donde una franja de tierra se adentra en el lago como un misterioso pasillo; el Carcho Verde, un jardín maravilloso, con una playa, y un pequeño hotel restaurante donde comí; la carretera cortada, en su tramo asfaltado, por la lava derramada en la última erupción del Concepción, o quizás por un deslizamiento; los monos de los árboles junto la carretera, que parecía pudiera tocar, y que me hicieron parar un rato a contemplarlos.

Mi circuito sólo fue alrededor del círculo a los pies del volcán Concepción. Ir hacia el otro círculo, el que crea el volcán Maderas, era más complicado, pues no hay ningún camino que bordee al completo esta parte de la Isla. Aquellos rincones me los perdí, pero siempre quedarán como un reclamo de lo no descubierto, una llamada y una motivación para una nueva visita a Ometepe. Los lugares conocidos ya merecen por sí solos una nueva visita. Todo ocurrió en 2008 , en 2013 pasaba de nuevo por Ometepe: sólo en una corta escala de unas horas, del barco que me llevaba de Granada en San Carlos. Pero durante toda la navegación por el lago Cocibolca, no cesé de recordar, mirando sus siempre sus omnipresente volcanes, aquel primer viaje a Ometepe.

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