Desde la ventana de mi habitación no puedo dejar de mirar el inmenso Rio Negro. América del Sur regala agua por todas partes sin ningún tipo de contención, de manera esplendorosa, ignorando la tacañería.

Veo el muelle lleno de estos barcos típicos que navegan los grandes ríos de Brasil. Son de madera con galerías que parecen porches, y balcones, donde la gente que no tiene cabina: la mayoría, descansan o dormitan en decenas de hamacas que cuelgan de las columnas, y de las vigas que visten la estructura de la nave.
Manaus es algo extraña, es como una isla en medio de la selva, un punto enclavado en medio de la Amazonia. Para llegar tienes que hacer cientos y cientos de kilómetros por carretera, en avión, o en barco. Siempre atravesando un infinito mar verde de la jungla. En mi caso para llegar a la ciudad he tenido que hacer un viaje interminable desde Boa Vista, en el norte, en autobús a través de la ruta Trans-Amazónica. Una carretera que a pesar de su nombre no pasa de ser una vía estrecha de dos carriles, uno por sentido. Salimos por la mañana para llegar a Manaus casi de madrugada.

El primer día mis pasos me han llevado al gran mercado: un lugar que nadie se puede perder, por el ambiente, y para descubrir todo lo que da la selva: desde peces de río, pasando por ganado diverso, hasta , como no, llegando al infinito mundo de la fruta local. En el mercado también podemos encontrar todo lo que da una granja en cualquier lugar de mundo: pollo, ternera, cerdo, etc …

Manaus es también una zona franca, instaurada por el gobierno federal de Brasil para atraer grandes empresas multinacionales. Por esta razón también es un lugar que atrae a muchos ciudadanos de Brasil que vienen a comprar, sobre todo productos electrónicos. Es fácil encontrar en el centro de la ciudad la zona comercial, siempre llena de compradores que buscan las ventajas que proporcionan unos precios con impuestos más bajos.
No se puede pasar por Manaus sin visitar el Teatro Amazonas, consagrado a la música de cámara y a la ópera. El edificio representa la época más dorada de la ciudad: finales del siglo diecinueve y principios del veinte. Momento en que Manaus se convirtió en una especie de El Dorado gracias a la explotación del caucho. Como le pasó a muchas otras ciudades de América, creadas después de la invasión europea, tuvo un estallido desmedido de riqueza: la desmesura es muy americana. Un estallido que dejó paso a un periodo de decadencia, mucho más largo e infinito que la época de riqueza. Quizás esto es una lección de vida: las cosas que brillan, lo hacen durante un corto espacio de tiempo, para después pasar a la oscuridad eterna o el estado de mediocridad.
Condensar las sensaciones y las vivencias que se experimentan Manaus es algo muy de cada uno. También según el bagaje vital y cultural, según se quiera profundizar, o por el contrario simplemente nadar por la superficie. Sea un caso u otro, todos se llevarán un recuerdo singular de esta ciudad, aunque se hayan llegado a ella de paso con el objetivo de seguir hacia el interior de la selva, o para navegar los ríos amazónicos . Se suele confundir el río Amazonas que nace del Rio Negro y del Solimoes, en “la encontro das aguas”, como el río que baña toda la ciudad. Si uno va a Manaus se dará cuenta, por el color de las aguas del río, porque se llama Rio Negro el que baña su orilla: lugar donde se encuentra el puerto, los muelles, y el nido de comunicaciones acuáticas más importante. Vale la pena descubrir estas cosas, y muchas cosas más. Manaus os espera entre la modernidad, la calma del trópico, y la nostalgia del pasado aventurero.

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