No hay duda de que Buenos Aires es una de las ciudades más atractivas del mundo, no sólo por lo que es sino por lo que fue. La inmensa urbe es un cúmulo de culturas que se dejan sentir de mil maneras:  las costumbres culinarias, las expresiones culturales, la arquitectura, y un sinfín de manifestaciones.

Buenos Aires es una ciudad con un ritmo acelerado a la altura de las grandes ciudades, para mucha gente la vida es una lucha constante para mantenerse flotando en el mar de la supervivencia social sin caer en la precariedad, algo que se ha convertido en muy normal en la mayoría de las grandes ciudades del mundo.

En contraste con esta vida de ciudad acelerada, Buenos Aires tiene un gran parque natural en la orilla del Río de la Plata, la llamada Reserva Ecológica de la Costanera Sur.

Mi primera visita a la Reserva de la Costanera fue en 2000, durante mi primer viaje a Buenos Aires. No fue por consejo de nadie, al contrario, mis amigos de entonces se extrañaron de que expresara mi deseo de visitar la Costera. Estoy seguro de que la principal motivación para ir fue poder acercarme al río y sobre todo acercarme desde un lugar que no fuera urbano, no desde una simple avenida que bordeara la orilla del río. Fue un acierto porque la Reserva de la Costera me proporcionó una visión de Buenos Aires muy diferente de la que se suele tener, lejos de los estereotipos turísticos. Desde aquella primera visita, cuando me viene a la memoria Buenos Aires siempre aparece aquel primer paseo cerca del río.

Debo añadir que siempre que vuelvo a Buenos Aires voy a visitar La Costanera, casi siempre había encontrado pocos visitantes, no se si por los días escogidos, o porque la ciudadanía de Buenos Aires vivía un poco de espalda esta zona natural y la creía insegura para pasear. Un domingo de julio del año 2015 resultó diferente, encontré una Costanera abarrotada de gente aprovechando ese buen día de invierno para hacer todo tipo de actividades: pasear, correr, ir en bicicleta, descansar sobre el césped, charlar, quererse, tomar mate, pasando el día en familia, o simplemente dejado la vista perdida en el horizonte del Río de la Plata, tan ancho que parece un mar.

Aparte de plantas nativas, en la Costanera se pueden ver multitud de especies de pájaros y todo tipo de fauna de ribera. También se puede observar el contraste con los altos edificios de la zona de Puerto Madero que aparecen en armonía con la Reserva Ecológica, al menos en perspectiva.

La primera vez que visité la Costanera apenas no conocía gran parte América del Sur y al mirar hacia el horizonte imaginaba Uruguay esperándome al otro lado del río, o un infinito Brasil, verde y repleto de cosas soñadas; unas en base a tópicos, y otras en base a la historia, y las lecturas personales. Quizás quien visite la Reserva Ecológica de la Costanera Sur no llegará con la imaginación tan lejos como llegué, pero no le hará falta porque de ese paseo por la orilla del río, retornará con las baterías bien recargadas para afrontar la agitada y compleja ciudad de Buenos Aires.

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