Es casual, no fue un regreso a Montevideo más de quince años después para ir a sentarme a la mesa de Benedetti. Quince años antes, Benedetti estaba vivo, y ni él, ni nadie sabía los años que le quedaban de vida. Ahora sabemos que sólo le quedaban seis años. Lo sabemos hoy, lo sabemos nosotros. Seis años no son nada.

En este 2019, hacía más quince años que ni se me ocurrió ir a encontrar a Benedetti, y amenudo pasaba, ignorando, cerca de su casa, y cerca de “la oficina”; su oficina. Aquel era un Montevideo desconocido por mí, donde me daba un hartón de andar bajando de la casa donde dormía, justo delante del loquero Vilarderbó en la Avenida Millán. Esto era el 2003, y aún ese mismo año, cuando volví de Brasil, casi cuatro meses después, estaba más cerca de los lugares habituales de Benedetti, en el centro de Montevideo.

Este 2019, hacía más de quince años estuve a punto de conocer a Líber Seregni, me hubiera gustado, tenía una anécdota que contarle de los años setenta, los llamados años de la transición española, ese tiempo en que Uruguay vivía en la peor oscuridad de su historia. Sin embargo me impresionaba poder visitarlo en su casa. ¿Quién era yo? Con Benedetti era peor, no tenía nada que contarle. Demasiados complejos, pero Uruguay es un país pequeño, todo el mundo se conoce, puedes hablar con cualquiera en la calle,o si te lo encuentras en un establecimiento, saludarle. Y seguro que te contará algo, aunque sea el presidente del país. Esto no desmerece a Uruguay, lo hace aún más digno, más democrático, más igualitario (aunque está claro que hay desigualdades económicas).

Este 2019 hacía más de quince años atrás, que sin esfuerzo me presentaron personas de la historia del siglo XX de Uruguay, aquellos que se hicieron gigantes sufriendo torturas y cárcel bajo esa dictadura oscura. Muchos de ellos años después, o sea hacía menos de quince años en 2019, empezaron ser ministros o altos cargos de los gobiernos del Frente Amplio. La gente del mundo sólo habla de Pepe Mugica, sólo conoce a Pepe Mugica. Pero no, acMugica le vi, y oí entonces en un acto de homenaje a Che, en octubre de 2003, en un teatro del centro de Montevideo, pero nunca hablé con él. A quien nunca olvidaré será Julio Marenales que tuvo los mismos méritos que Mugica: también fue torturado, encerrado muchos años en un agujero, hospedaje y gentileza de la dictadura militar.

Me hubiera gustado ver de nuevo a Julio, un hombre que nunca quiso medallas, ni protagonismo, pero que era uno de los grandes cerebros del MPP, la plataforma política del MLN-Tupamaros que catapultó a la presidencia a Múgica. Aquel 2019, más de quince años después, pregunté por Julio en el local de MLN, el local de siempre después de terminada la dictadura, en la Calle Tristán Narvaja. Acostumbrado a ver ese local siempre lleno de gente, más de quince años antes. En este 2019 lo vi vacío, sólo una anciana me abrió la puerta; la acucié de preguntas para saber que se había hecho de todos los que recordaba. Dijo que Julio ya no vivía en Montevideo, llevaba unos años en Salto. También me dijo que Carlos Silva había muerto en Managua siendo embajador del gobierno de izquierdas de Uruguay en Nicaragua. Al final acabamos hablando de lo evidente: ese desencanto que impregna a la humanidad, esa muerte de las utopías caídas a golpe de hacha a manos de este mundo de un materialismo feroz. (Aunque sea un materialismo de supervivencia, quizás este es el problema, creer en un mundo que cada vez te da menos). Pero no puedo negar que Uruguay del 2019 y de ahora no es aquel Uruguay triste, pobre, y deprimido que encontré en el 2003, aunque la cosa en el 2019 también pintaba mal: desencanto, estancamiento, ganas de irse del país (emigrar es una constante de Uruguay). Pero al menos en el 2003 había esperanza, y en el 2019 y ahora no hay mucha. Se vislumbraba un cambio de gobierno en el 2003, por primera vez la izquierda llegaría al poder, y ningún golpe de estado militar lo impediría en ese 2005.

Sin embargo, hablar de la historia de aquellas personas que conocí en 2003, de su vida intensa, llena de heroismo, y por tanto de dolor y de muerte, no está de moda. Hoy la aventura sólo se contempla como deporte, y bajo normas y arbitrios, emborrachada de publicidad.

¿Qué tiene que ver con esto Mario Benedetti? Se preguntarán algunos. Pues Mario Benedetti esta dentro de ese contexto, es un fruto y un testimonio de esos tiempos, y de ese mundo.

¿Qué es la mesa de Benedetti? Si, justo este año 2019, cuando improvisé un viaje en una semana, aprovechando los precios de avión del día 31 de diciembre de 2018. Cuando nadie viaja, cuando los aeropuertos están medio cerrados. Subes al avión en un año,en un continente invernal, y apareces al año siguiente en otro continente (que ahora ya conoces, y quieres bastante), y además te regala un nuevo verano antes de tiempo. Buscas un hotel económico antes de salir, y vas a para al hotel Balfer, que es un buen hotel que ha rebajado precios, justo en la calle Zelmar Michelini, justo en la calle de donde vivía Benedetti. Seguramente cuando el poeta empezó a vivir en esta calle no se llamaba Michelini, porque Michelini es otro de los mártires que generó la dictadura. Total, fue entonces que me di cuenta de que allí había vivido Benedetti, porque el camarero del restaurante de la esquina me dijo que le conoció, y que se pasaba el día en el establecimiento: “Esto era su oficina, y esta la mesa donde siempre se sentaba y escribía, sobre todo desde que murió su mujer”.

Me dijo que le afectó mucho la muerte de su mujer. Benedetti era de esos hombres de una sola mujer, no tuvo hijos, y su vida se había construido con su compañera. La muerte de ella debería dejarlo completamente vacío, sin orientación, con gran parte de sí mismo, y de sus recuerdos caídos en la tumba.